10 de abril de 2012

Domesticar.

Los conocí durante unas vacaciones. Tengo la certeza de que el negro era heredero del gran Barrabás. Tenía la barbilla cana, los ojos llenos de libertad, la cola inmóvil. El otro, el ovejero, era joven, hermoso, de estirpe.
El negro llegaba a la hora de la comida, la recibía con modos toscos, sin pedir permiso. El ovejero durante un almuerzo recibió mi comida tímidamente. Evadía el contacto.Tenía la mirada asustada, la cola triste, el andar miedoso. El negro en cambio, era del mundo, no se andaba con explicaciones.
Aparentemente el ovejero fue olvidado. A diario, durante la madrugada y la noche, estaba echado en la misma posición, al frente de un hermoso portón. Los humanos podemos ser tan crueles.
La madrugada en que me iba de mis vacaciones lo vi al ovejero por última vez, en la misma posición de espera. En mi saludo de despedida le pedí perdón por la tiranía a la que estaba siendo sometido sin entender.
Sin embargo, el ovejero no me quería a mí, pero él yo era un humano más del montón.
Mientras me iba pensaba en la no espera del negro. Él sólo quería comida de los humanos.
El ovejero había sido domesticado, era el zorro de un principito de mierda.
Ante los canes pensé en mí y en mis próximos 30 años. Es que el comportamiento de los perros, a menudo, colaboran colaboran con mi reflexión mucho más que los humanos.
Pensaba que aunque tenga la cola inexpresiva elijo no esperar al frente de ningún portón hermoso.
Pensaba que prefiero mis ojos lleno de libertad. Quiero no tener miedo.
Segurísimo ese ovejero fue felíz (sí, los perros pueden sentir la dicha), aún recuerda a sus amos y los espera. Pero ¿acaso el precio que paga es justo a combio de un par de recuerdos?.
Siempre elegí ser domesticada y en ocasiones si me decía que "llegaba a las 4 mi corazón empezaba a latir con fuerza una hora antes". Hoy, llegando a mi tercera década ya no soporto ser un ovejero, los humanos pueden ser malos.
Tengo que ser como el negro, porque nunca más quiero sentir la tiranía de un hombre y ante todo, nunca, nunca más quiero vivir el abandono.

14 de marzo de 2012

La dominante.

Cuenta la leyenda que de niña fui sobreprotectora y algo dominante. Para muestra sobra un botón: vivíamos solos con Boly (mi padre), el galán, mujeriego, adicto a las rubias oxigenadas. El muchacho trasnochaba en boliches, bares y antros a diario, con la mala suerte que la escalera de la casa desembocaba en mi habitación (como debe ser). Seguramente lo esperaba, no lo recuerdo. Muy probablemente contaba los minutos, olfateaba el auto acercándose, quizás me dormía suponiendo que llegaría. Y una noche le gané a Morfeo. Según recuerdan (no yo) salí a su encuentro al grito de “¡de dónde mierda vienes vos!”.
Tenía 11 años e infructuosamente intentaba educar a papá.
Hoy, 18 años después, sigue trasnochando y aún lo oigo subir las escaleras (a veces ebrio), lo hace con cuidado, creo que hasta se saca los zapatos para evitar escuchar a su hija-madre. Y yo entre sueños lo escucho y me sonrío recordando la historia.

9 de marzo de 2012

Cómo miden el tiempo los hombres.

“No tendrás dos horitas para escaparte de tu marido, si vamos a tomar un café nada más”. El flaco necesita dos horitas, nada de 45 minutos ni media hora.
Para ellos todo son dos horitas.
“En dos horitas lo resolvemos”.
“Dame dos horitas”.
Los relojes de los hombres vienen cronometrados de a 120 minutos. Casualmente es el tiempo que dura un turno de telo.

1 de marzo de 2012

Juego de coincidencias.

Ok, no debí haberlo empujado en mi insistencia por pagar el telo. Lo asusté. Pero flaco, pagas siempre vos. Hoy quería hacerlo yo y eso no significa que seas un prostituto (aunque haces muy bien tu laburo) ni un macho improductivo. Soy torpe, ya lo sabemos.
Y lo asusté nomás. Algunos dicen que mi independencia apabulla. Otros creen que lo que acobarda es mi vínculo con el dinero.
Tachemos a F.
Honestamente no me interesa el problema que tienes en la nariz o en las cuerdas vocales (perdón, no te estuve prestando atención) que no te permiten relatar tus entretenidos partidos de fútbol, la verdad es que no entiendo ni jota. Para mí las ligas son pornos y van en las piernas.
Además no te invité a dormir, hacé tu trabajo y retirate. Yo no quiero dormir con vos, me niego a tener una relación. Sos mi fija, eso te da derecho a compartir la cama un par de horas. No estoy interesada en tu mal aliento matinal.
Tachemos a E.
Si te dije dos millones de veces que estamos perdidos agarrad la puta Guía T y ubicanos. Si pones cara de “resolvé vos” vas a llamar a las bestias de la ira.
Y no, no tengo ganas de leerte ni media página de un texto que no me compete ni me interesa.
Tachemos a E (este es otro E).
La tienes chiquita, jamás lo confesaría. Te esfuerzas, eso es verdad, pero no alcanza. Nos vemos hace ocho años, y ya estoy aburrida. Prefiero quedarme a tomar mates con mi abuela.
Me caga de gusto cuando dices que me admiras, pero quisiera ser yo quien te admire.
Tachemos a A.
Prometes, prometes, prometes, pero te quedas dormido. Que el viaje, que el campo, que el jacuzzi del hotel no te gusta. Yo fumo de espaldas.
“Estás muy blanca, ¿por qué no tomas sol? Si me giro le apago el pucho entre los ojos.
Tachemos a I.
Se me están terminando los casilleros. Estoy liquidando las fijas.
Soy la que se queja por no entender a los hombres pese a haber sido criada por especímenes de ese género. Papá se esforzó por inculcarme independencia, me enseñó a poner cara de “te estoy escuchando”, me contó lo bien que se siente el ser halagado. Y no, no soy la clase de mujeres que buscan tipos similares a su padre. Electra no anduvo por acá.
Ambos salimos de caza, engañamos, envolvemos, nos mentimos. Él es mucho mejor que yo y tiene más recursos.
Siempre volvemos de madrugada, con una conquista más y un poco menos de esperanzas. Ambos creemos fervientemente en el amor, pero le huimos.
No busco un tipo como mi padre. Mi padre soy yo. La psicóloga tenía razón.

14 de febrero de 2012

Esta es una historia de Amor (sí, con mayúscula). Quizás la única que atravesó mi vida.
Es de esas historias en la que uno ama más que el otro. Una historia en la que el amado manipula al amador.
Martín fue mi amante. Joven, tierno, torpe, tan honesto y con un corazón gigante.
Él no temía confesar que aunque yo era insoportable me amaba.
Era esa clase de hombres que el ridículo no le acobardaba. El que me daba los abrazos más grandes y las caricias más sinceras. Yo también lo Amé, muchísimo.
Martín me amaba como yo quería que lo hagan: sin pedir nada a cambio, sin juzgarme, sin criticar mis caprichos.
No temía ser señalado como cursi.
Martín fue el único hombre que me amó.
Martín fue el primer hombre que destruí.
Ambos terminábamos el colegio. Él quería hacerme feliz. Yo quería emborracharme, trasnochar, “hacerme grande”. Él me tenía paciencia.
Yo le gritaba, lo corría. Él me tenía paciencia.
Después de todo el tiempo que él invirtió en mi felicidad yo seguía quejándome, reclamaba lo que siempre me sobró: libertad.
Y lo engañé. Él me perdonó, pero yo no pude entender su cariño y su bondad. Le grité que no lo quería, le grité que no me moleste, le grité que amaba a otro. Ese otro me conocía más, para ese otro yo era un objeto que debía poseer.
Con Martín comencé a perfilarme como la bruja en la que me convertí.
Algunas pasamos más de una década costeando el dolor producido.
Algunas elegimos bastardos para relacionarnos y nos quejamos de nuestra suerte, hasta que aprendemos que el azar en el amor no juega. Él eligió amarme a mí, yo elegí levantarme a cualquiera.
Cuando me fui Martín lloró, rogó. Él me amaba.
Un día él eligió olvidarme. Yo elijo recordarlo a diario porque es lo único que me queda de pureza.
De niña creí que no soy digna de recibir amor. Él rompió mi creencia y yo lo rechacé.
Sólo por el recuerdo de ese hombre es que creo en el amor. Tengo que creer que existen más como él.
Él fue un gran enamorado. El Amor tiene que existir.
Esta fue una historia de amor. Mi única historia de Amor.


Feliz día a todos los Martín.



Perdón.












11 de febrero de 2012

Estábamos solos en el local.
Yo con una lapicera en el pelo, ropa varios talles más grande, ojeras.

El sujeto husmeaba entre los percheros, olía muy bien. La camisa milrayas azul le calzaba justa.
Se acercó al mostrador, interrumpió mi papamiento de moscas y se atrevió a decir: ¿Querés salir?
Con la mirada busqué una cuchara, quería hacer un pozo, me asusté más que la vez que luché con mi frustrado asaltante. Con la voz dura y esta mirada parca que me caracteriza le dije que no. Ni un solo músculo se me movió para rechazarlo.
Los cinco metros que caminó hasta la salida fueron por demás incómodos.
Mientras lo veía irse quería decirle que me había arrepentido, que en realidad sí quería salir, pero que tengo miedo, que no quiero involucrarme, que estoy herida, que aún sueño con mi ex muerto, que hace apenas dos semanas logré dejar de usar mi antiguo anillo de compromiso.
El tipo sólo quería un café, yo me abrumé, definitivamente la mina que era ya no está.
Mientras lo veía irse sentí tristeza por mí.

8 de febrero de 2012

Tomás.








“Tía, ¿y si me muero?”
Tomás me ayuda a armar las vidrieras. Adora vestir a Carmela, el maniquí.
Tomás tiene la certeza de que soy bella. Dice que sus mujeres favoritas lucen como yo.
Tomás dice que me extrañó “un millón de mucho” cuando volvió de sus vacaciones.
Él disfruta su estadía en mi taller de costura. Elige los harapos más luminosos y se construye vinchas y mordazas.
“Mirá, puedo atarme esta tira en el cuello y morirme. Si me muero voy a poder estar con todos los perritos que la gente mata. Hay mucha gente mala en el mundo”.
Tomás tiene la voz más dulce del universo. Habla bajito, como si siempre quisiera decirte un secreto.
Tomás me llena de dibujos con mundos fantásticos.
Al igual que yo, adora a los animales.
Cuando aquella primera frase golpeó mis oídos sentí, por segunda vez en mi vida, que se destrozaba mi corazón. El pensar que mi niñito no esté me partió el alma.
Si vos te morís yo te voy a extrañar tantísimo que cualquier medida es chica. El mundo necesita niños como vos. Además sos lo que más amo.
“Yo también te amo. Está bien, tía Fernanda, no me voy a morir así me quedo con vos”.